Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.

01.12.2012 12:24

 

"Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes",

Por Laura Hernández.

¡Que cierto! Cuanto debió reírse cuando escuchó mi plan de fin de semana de manta y sofá, y que sonrisa tan grande debía tener cuando finalmente dije: "Me voy a Minglanilla."
Lo cierto es que lo de la misión era algo casi ajeno a mi, no me había planteado siquiera el ir, pero ahí estaba Él como siempre, para trastocar mis planes y proponerme uno mejor, así que, cuando puso el deseo y las ganas en mi corazón de "ir por el mundo y predicar el evangelio" no pude hacer otra cosa mas que llenar la maleta con lo mas importante: las ganas y la ilusión de ser testimonio del Amor mas grande.
Cuando tuvimos el primer contacto con los chavales estaba nerviosísima; el salón de actos estaba lleno de ojos relucientes de curiosidad y oídos bien abiertos para escuchar lo que les íbamos a decir.
Mas adelante, pude comprobar que no solo escuchaban con los oídos, si no también con el corazón.
En la catequesis del sábado yo tenia mi "plan", mi catequesis y mi pequeño discurso motivador preparado, pero cuando vi que la cosa tiraba en otra dirección y me tocaba hablar a mi, volví a ponerme tan nerviosa como la primera vez que había hablado con ellos (o incluso más) , porque de lo que nosotros les transmitiéramos dependía casi la mitad de nuestra labor. Ni siquiera sabía que decirles, no sabía si lo que les diría les llegaría...Y confié, como siempre, en que Él me sacaría del apuro, dejé que pusiera en mi boca lo que debía decirles y el resultado fue... ¡Genial!
Con todo lo que les contamos ellos reaccionaron compartiendo con nosotros cosas que son lo mas importante que tienen. Me emocionó mucho que pusieran todo eso delante de nosotros, delante del Señor.
La gente nos recibió con una amabilidad y una ternura difíciles de expresar, los agradecimientos, las sonrisas, las oraciones, la entrega de todas las personas que nos acogieron... Podía verse a Dios en cada una de esos rostros, dándonos de comer, pendientes de que nada nos faltara.
En el acto penitencial que tuvo lugar el viernes por la noche, todos, jóvenes y mayores, acudieron a la parroquia de Nuestra Señora de la Piedad para encontrar el perdón del Padre que observaba con cariño como, incluso los mas pequeños, hacían cola para confesarse y rezaban. Incluso algunos vinieron con nosotros, se sentaron a nuestros pies y nos oían cantar mientras alguno que otro le decía a su madre: "Porfa mami, un ratito más ".
Realmente en esas vivencias solo puedes agradecer al Señor que te haya dejado formar parte de algo tan bonito como es llevar a Dios mismo al corazón de un niño.
Al día siguiente, mientras rezábamos el Rosario de la Aurora, pudimos comprobar el espíritu de fe que se respiraba en ese pueblo, y aunque estábamos muy cansados, notamos como la Santísima Virgen de la Piedad nos daba la fuerza necesaria para desempeñar nuestra labor de misioneros de la fe con la entereza que necesitábamos, que no era poca.
El sábado fue un día lleno de risas, de juegos, de compartir, de abrirle el corazón a Jesús, de agrandar fe y no solo la de los niños, también la nuestra.
La despedida se me hizo un poco triste porque aunque había desempeñado el papel que el Señor quería que tuviera, se me queda la espinita clavada de haber dejado algo a medias, y por eso se que no tardaremos mucho en volver y en llevar de la mano a estos niños (que llevo desde el fin de semana siempre en mis oraciones) hacia Jesús, al que a veces buscan incluso sin saberlo.
Gracias a los Minglanilleros que se dieron por entero como nosotros a esta misión, a Alberto y a su familia y en especial a esa señora que se acercó y nos dijo que rezaba por cada uno de nosotros y porque esperaba que la semilla que Dios había plantado en esos niños y que nosotros habíamos regado diese fruto, porque me transmitió una ternura tremenda que me motivó a desempeñar mejor mi labor de misionera.
Gracias a los ocho jóvenes nazaret y a la hna. Maria Victoria por haber estado allí, por haber(me) evangelizado tan bien y por haber hecho que esta experiencia haya sido tan genial como ha sido, porque todos y cada uno de vosotros aportasteis algo diferente.
Y por último, ¡Gracias, Dios! Gracias por hacerme comprobar que siempre hay algo mas de nosotros que podemos dar, por regalarnos el don de la fe y darnos la oportunidad de compartirlo con los demás, por hacerte presente en todos los momentos de nuestras vidas y por dejarnos avanzar con estos chicos y muchas otras personas en el camino hacia ti.

Lau.